De la onda corta al Wi-Fi en la evolución de las telecomunicaciones.

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Aunque ahora mismo estemos rodeados de móviles, routers y asistentes de voz que nos hacen sentir conectados a cada segundo, hubo un tiempo no tan lejano en el que todo dependía de antenas enormes, frecuencias que saltaban por el espacio como acróbatas invisibles y oídos atentos pegados a una radio. La onda corta fue durante décadas uno de los canales más importantes para transmitir mensajes a largas distancias. Era una tecnología que permitía a estaciones de radio emitir señales capaces de cruzar océanos, montañas y continentes enteros sin necesidad de infraestructura terrestre.

Los aficionados a la radio (los radioescuchas y los operadores de estaciones de radioaficionados) dominaban este lenguaje sonoro de interferencias, pitidos y códigos. Y es que la onda corta tenía algo casi mágico: rebotaba en la ionosfera y permitía mantener comunicaciones entre dos puntos separados por miles de kilómetros, incluso cuando todo lo demás fallaba. Durante conflictos internacionales, emergencias o apagones tecnológicos, era ese tipo de comunicación la que se mantenía firme como una vieja farola en mitad de la tormenta.

Del morse al modulador de voz.

La evolución dentro de estas primeras formas de telecomunicación fue sutil pero constante. Empezó con el código Morse, que se convirtió en un idioma universal antes de que existiera el inglés como lengua franca tecnológica. Poco después llegaron los moduladores de voz, que permitían enviar palabras enteras en lugar de puntos y rayas. Esto supuso un salto enorme, ya que la inmediatez de la conversación por voz amplificaba la utilidad de las emisiones.

En los años 40 y 50, las emisoras de onda corta se usaban para mucho más fines recreativos o experimentales: también para mantener conectados a países enteros. Gobiernos, diplomáticos y periodistas empleaban estos sistemas para transmitir información importante. Y aún hoy, aunque con un uso mucho más reducido, existen rincones del mundo donde siguen recurriendo a la onda corta para cubrir regiones que la tecnología digital todavía no alcanza.

El paso a las frecuencias más altas.

Cuando el espectro radioeléctrico empezó a estudiarse con más precisión, la comunidad científica se dio cuenta de que las ondas de radio podían dividirse en franjas más especializadas. De ahí nacieron términos como VHF (Very High Frequency) o UHF (Ultra High Frequency), que revolucionaron la forma en la que entendemos las telecomunicaciones.

Estas nuevas frecuencias abrían la puerta a comunicaciones más claras, con menos interferencias y con equipos mucho más compactos. El salto tecnológico fue tanto en el aire como en el hardware: ya no hacía falta una antena del tamaño de un coche ni un equipo que ocupase media habitación. Con un simple transmisor portátil, podías hablar con alguien a decenas de kilómetros de distancia, lo cual cambió por completo sectores como la aviación, la navegación marítima o las telecomunicaciones de emergencia.

Los satélites entran en juego.

A finales del siglo XX, otro elemento decisivo cambió por completo las reglas del juego: los satélites. Lanzados al espacio para funcionar como repetidores globales, permitieron que las telecomunicaciones se convirtieran en algo verdaderamente planetario: ahora era posible enviar una señal desde un punto del planeta y recibirla, casi instantáneamente, en el extremo opuesto.

Esto marcó un antes y un después para muchas industrias, pero también para los usuarios particulares. Aparecieron los teléfonos satelitales, las antenas parabólicas en las azoteas y los sistemas GPS con una precisión que habría parecido ciencia ficción unos años antes.

Por supuesto, también allanó el camino para algo que cambiaría nuestra manera de vivir para siempre: Internet.

Cuando Internet se subió a las ondas.

Los primeros pasos de Internet fueron tímidos, lentos y ruidosos; sin embargo, supuso el comienzo de una nueva era en la que las telecomunicaciones pasaban a ser también digitales. En lugar de enviar solo voz, se empezaban a enviar datos. Correos electrónicos, páginas web, chats… todo eso iba transformando la forma en la que las personas se comunicaban, tanto en el trabajo como en casa.

A medida que las velocidades de transmisión aumentaban, aparecieron nuevas tecnologías como el ADSL y el cable coaxial, lo que dio lugar a conexiones más estables, rápidas y capaces de manejar mayores volúmenes de información. Y mientras todo esto sucedía, una tecnología que ya llevaba tiempo en el radar empezó a tomar fuerza de forma imparable: el Wi-Fi.

Wi-Fi, la revolución sin cables.

El Wi-Fi no es más que otra forma de telecomunicación por ondas, pero adaptada a un entorno digital y pensado para distancias más cortas. Su aparición permitió eliminar los molestos cables que hasta entonces unían los ordenadores a los módems. Pero lo que realmente supuso una transformación fue su capacidad para conectar múltiples dispositivos de forma simultánea y sin apenas configuración.

Desde que empezó a integrarse en portátiles, móviles y otros aparatos domésticos, el Wi-Fi se convirtió en una necesidad cotidiana: la simple posibilidad de tener acceso a Internet desde el salón, la cocina o una cafetería abrió puertas a nuevas formas de trabajo, entretenimiento y educación.

Y con cada nueva generación (802.11n, ac, ax…), la velocidad y la estabilidad de la señal han ido mejorando hasta igualar, e incluso superar, muchas conexiones por cable.

Las telecomunicaciones en espacios extremos.

Uno de los aspectos más fascinantes de la evolución de las telecomunicaciones es cómo se han ido adaptando a lugares que antes parecían imposibles. Desde estaciones científicas en la Antártida hasta bases en plataformas petrolíferas, pasando por barcos en alta mar o expediciones en zonas sin cobertura, el problema siempre ha sido el mismo: cómo era posible mantener la comunicación cuando el entorno lo pone difícil.

Aquí entran en juego tecnologías híbridas que combinan radiofrecuencia, satélite e incluso enlaces láser. Se trata de soluciones que, aunque sean poco visibles para el gran público, son esenciales para mantener operativas misiones científicas, operaciones de rescate o sistemas de navegación avanzada. Y esto demuestra hasta qué punto la telecomunicación ha dejado de ser un lujo para convertirse en una herramienta de supervivencia.

El papel de los radioaficionados en la actualidad.

Lejos de desaparecer, la radioafición sigue viva y con buena salud. Gracias a las nuevas generaciones de radio definida por software (SDR) y a la integración con plataformas digitales, la radioafición ha experimentado un resurgimiento inesperado. Ahora se puede sintonizar una frecuencia en Japón desde un ordenador en Cádiz, o participar en concursos internacionales desde un simple portátil conectado a una antena.

De hecho, desde Onda Manía comentan que este tipo de dispositivos siguen teniendo una gran demanda, y no solo lo dicen por parte de usuarios experimentados, sino también por jóvenes curiosos que descubren en la radio una forma distinta, técnica y muy estimulante de comunicarse.

El interés por la autoconstrucción, el aprendizaje técnico y la posibilidad de formar parte de una red internacional sin depender de Internet convierte a la radioafición en algo que sigue muy vivo, a medio camino entre el hobby y el conocimiento técnico profundo.

Las telecomunicaciones y el IoT.

Actualmente, el mayor salto en telecomunicaciones no viene por el lado de la velocidad, sino por la cantidad de dispositivos conectados. Con el auge del Internet de las Cosas (IoT), la comunicación entre máquinas se ha convertido en un nuevo escenario. Ya no se trata solamente de personas hablando entre ellas, sino de sensores que informan, electrodomésticos que se sincronizan y sistemas que se autorregulan en función de los datos que reciben.

Desde un punto de vista técnico, esto supone una gestión mucho más compleja del espectro radioeléctrico, pero también una oportunidad para que la conectividad llegue a niveles jamás vistos: ciudades enteras pueden controlar el tráfico, los niveles de contaminación o el consumo energético en tiempo real, y esto abre la puerta a sistemas más inteligentes, útiles y sostenibles.

Tecnología mesh y las redes descentralizadas.

En paralelo al Wi-Fi tradicional, han empezado a crecer otras formas de conexión pensadas para en los que no hay una infraestructura central sólida: hablamos de las redes mesh, que permiten que cada nodo (cada dispositivo o antena) actúe como un repetidor, extendiendo la cobertura sin la necesidad de contar con un único punto de acceso. Esto resulta especialmente práctico para zonas rurales, festivales, situaciones de emergencia o incluso barrios donde la cobertura habitual no llega con calidad suficiente.

Lo más interesante es que estas redes pueden configurarse de manera colaborativa, y permiten mantener una comunicación fluida incluso en caso de cortes eléctricos o caídas de red. Aunque todavía están lejos de ser la norma, su desarrollo puede marcar un punto de inflexión en la forma de entender la conectividad del futuro.

Una historia que aún está escribiéndose.

La evolución de las telecomunicaciones es un relato abierto, sin un final claro a la vista; lo único que ha permanecido constante es la necesidad de estar conectados. Y esa necesidad seguirá impulsando nuevas ideas, nuevas formas de comunicarse y nuevas tecnologías que, quién sabe, dentro de unos años puedan parecer tan naturales como hoy nos parece hablar por WhatsApp mientras subimos fotos a la nube desde cualquier rincón del mundo.

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